DE LA COVID-19 AL MELANOMA: RETORNO A MI ORIGEN
Durante el confinamiento estricto de marzo-abril pasados escribí algunos posts
en este blog destinados a divulgar información que podía ser de utilidad sobre
todo para el tipo de pacientes que yo atiendo. Traté por ello algunos aspectos
sobre la vigilancia de los lunares cuando la consulta con el dermatólogo debiera
retrasarse por causas obvias, y también algunas cuestiones acerca de la
influencia del confinamiento en nuestros niveles de vitamina D. La realidad es que ahora vamos a empezar a ver algunos de los efectos perniciosos de la covid-19
en los pacientes de mayor riesgo de melanoma
que hayan retrasado mucho sus controles periódicos por miedo a acudir a un
centro sanitario y contagiarse, o bien que hayan retrasado mucho esos controles
en base a la necesidad de reorganizar la actividad y gestionar las listas de
espera en los servicios de dermatología. Afortunadamente la flexibilidad en la
organización de la actividad asistencial y la propia dinámica del flujo de
pacientes en un centro privado como la Clínica Dermatológica Internacional (CDI) hace que las listas de espera no sean habitualmente
un problema relevante en la atención a nuestros pacientes.
En línea con lo señalado en el
párrafo anterior me ha llamado mucho la atención un reciente trabajo publicado
en el Journal of the European Academy of Dermatology and Venereology donde los dermatólogos de un centro médico romano
de referencia exponen su experiencia al respecto. En los dos meses previos al
confinamiento el espesor medio de los melanomas que extirparon fue de 0.88 mm
(buen pronóstico), siendo tan sólo un 4.2% de tipo nodular y mostrando ulceración
tan sólo un 5.9% de casos. En los dos meses posteriores al confinamiento el
espesor medio pasó a ser de 1.96 mm (mal pronóstico), el porcentaje de melanomas
nodulares (más agresivos) ascendió a un llamativo 17.6% y el de ulcerados (dato
de particular mal pronóstico) pasó a ser un 23.5%. Es como haber retrocedido 25 años en tan sólo 6 meses en lo
concerniente al diagnóstico precoz del melanoma.
Estas cifras son ciertamente muy inquietantes y lamentables. Conviene
recordar, como señalaba la genetista molecular y experta en melanoma Lynda Chin en una revisión al respecto
en la prestigiosa revista Genes and Development hace algunos años, que el melanoma es, “al peso”, el tumor probablemente más agresivo que se
conoce. Cada milímetro adicional de
espesor implica cerca de un 10% más de mortalidad. Así que pasar de 0.8 mm
de espesor a casi 2 mm de espesor (algo que en cualquier otro cáncer nos
parecería irrelevante) implica en melanoma pasar de una mortalidad en torno al
5% a una mortalidad en torno al 15-20%. Habrá que estar atentos para ver si los
datos antes mencionados se reproducen en trabajos procedentes de otros centros
que manejen también un número muy elevado de pacientes. Y es responsabilidad de todos habilitar medidas para que la ya de por sí
letal pandemia de la covid-19 no se traduzca también en un importante
incremento de la mortalidad por tumores como el melanoma (y otros muchos) en
los próximos meses y años.
Desde finales de abril los lunares y melanomas prácticamente
desaparecieron de mi blog y la mayoría de mis post se orientaron casi
exclusivamente hacia la prevención de la covid-19. Tenía buena información
al respecto (y la sigo teniendo). Tenía también la impresión de que algunas
cosas que debían hacerse no se estaban haciendo o íbamos sistemáticamente con
mucho retraso, tanto a la luz de los conocimientos disponibles en cada momento
como a la luz del más elemental sentido común. Leía y oía en medios de
comunicación muy diversos (y sigo leyendo y oyendo) comentarios al respecto
carentes de toda lógica y de toda prudencia, propios de quienes ni saben de lo
que hablan ni hablan de lo que saben. Me animé por ello a compartir en este
blog mis opiniones y conocimientos al respecto, dejando claro desde el primer
momento que yo no soy un experto en covid-19, pero algo sé de esto, información
de calidad y muy actualizada tengo, y en algunas predicciones y propuestas creo
que he estado “bastante” atinado. Confié en que mis post llegaran a mis
lectores habituales en este blog y procuré que llegaran también a algunas otras
personas que no lo son. De hecho, algunos posts estaban escritos pensando en
éstas últimas.
Creo que ha llegado el momento de que yo haga un balance definitivo de
estos posts dedicados a la covid-19 y de que mi blog cambie de nuevo de rumbo.
No es el primer intento, pero sí creo que será el definitivo. En cualquier
caso, voy a seguir haciendo mención a algunos aspectos concretos de la
prevención de la covid-19 en futuros posts, pero será ya siempre en el contexto
de posts dedicados a la prevención y al manejo del melanoma. Que es lo mío. En esto último sí me considero un experto, sí
sé siempre de lo que hablo y sí hablo siempre de lo que sé. Y me encanta dejar siempre muy claro lo que
aún no sabemos. Este último punto distingue muy bien al experto del
charlatán, tanto si hablamos del melanoma como de la covid-19.
Mis posts sobre la covid-19 han sido siempre largos (y este
lo es) y machaconamente reiterativos. Tan reiterativos como los errores que
hemos cometido y seguimos cometiendo al respecto. En España llevamos varios meses instalados en una prolongada “segunda
ola” con cifras de muertos que oscilan alrededor de los 200 diarios. Acuérdense,
por cierto, de las reacciones y miedos suscitados por la repatriación en su
momento (verano de 2014) a España por razones humanitarias (y para mí
absolutamente justificada) de dos misioneros españoles infectados en África por
el virus ébola, que acabaron falleciendo, contagiando a una, insisto, sólo a
una, auxiliar de enfermería, que fue tratada y superó la enfermedad. El viento
soplaba de otro lado, claro. Si aquello para algunos fue un grave error y un
drama, y reprocharon la toma de decisiones al respecto, ¿qué debería de ser
esto? Y ya sea porque le hemos dado un empujón a esta segunda ola en las
últimas semanas o ya sea porque estrenamos
una tercera ola (sin haber concluido aún la anterior) lo cierto es que en algunos días muy recientes hemos
superado los 300 muertos diarios. Y subiendo. ¿Alguien puede estar satisfecho
con estas cifras? ¿A qué virus hemos vencido? ¿Cuántos más muertos evitables
estamos dispuestos a no evitar a cambio de “convivir” como hemos hecho en los
últimos meses con este virus? Soy perfectamente consciente de la dureza de la
pregunta. Que por cierto nos atañe a TODOS, no solo a nuestros dirigentes políticos.
Voy a cerrar esta “etapa covid-19” en mi blog recordando los puntos
principales que he tratado y sobre los que me he pronunciado. Tan
significativo es lo que yo decía como el momento en que lo decía. Muchos de
estos puntos siguen plenamente vigentes, lo que implica que muchos de los problemas que nos ha
planteado la covid-19 siguen sin estar resueltos, y así van a seguir (en mi
opinión) durante buena parte o la totalidad de 2021. Destacaba en mi último
post de 28 de diciembre una frase de Richard Feynman (Premio
Nobel de Física en 1965) que concluía así: “nadie
engaña a la naturaleza”. No lo olviden. Y yo procedo a repasar los 5 puntos
que considero más relevantes en este mi particular periplo bloguero alrededor
de la covid-19:
1. Mascarillas: mis primeros posts sobre covid-19, de 29 de abril y de 4 de mayo, fueron íntegramente dedicados a su absoluta
importancia para prevenir contagios. Luego en muchos otros posts he insistido
sobre ello y sobre la forma en que se transmite este coronavirus. Desde el primer momento me pronuncié por la
necesidad de su obligatoriedad en prácticamente cualquier ámbito ajeno al
propio domicilio (con algunos matices en los que ahora no voy a entrar). Se
tardaron varios meses en hacerse obligatorias de forma generalizada en nuestro
medio (y a diferente ritmo en diferentes Comunidades Autónomas, lo cual es
simplemente patético). Por otra parte, uso obligatorio no implica que se cumpla
la obligación. Detrás de la génesis de
nuestra segunda ola durante el verano estuvo un uso claramente insuficiente de
la mascarilla en muchas reuniones familiares y sociales, así como en algunos
ambientes laborales y de ocio, donde también solía brillar por su ausencia la
imprescindible distancia social. Algunos países optaron por no hacerlas
obligatorias y su uso ha sido muy inferior al que actualmente hacemos de ellas
aquí. El Reino Unido es quizás uno de los ejemplos más significativos, y así
les va: con unos 60.000 contagios diarios y en torno a 1.000 muertos diarios en
la actualidad. Alta circulación del virus, escaso uso de mascarillas (hasta
ahora, porque la realidad les va a hacer cambiar rápido de opinión a partir de
ahora) y emergencia de alguna variante viral altamente contagiosa: la tormenta
perfecta. Un último apunte al respecto: no creo que nos podamos quitar las
mascarillas hasta bien entrado 2022, y eso si todo va muy bien, empezando por
la efectividad de las vacunas (aún por demostrar fuera de los ensayos
clínicos). La emergencia de variantes o cepas más contagiosas (Reino Unido,
Sudáfrica, Brasil, Japón…) indica que no todo va tan bien. El uso masivo de
mascarillas es la primera y más elemental barrera (aunque no la única, por
supuesto) para que esas cepas no circulen ampliamente entre nosotros y no se
extiendan.
2. Vacunas: dediqué poco después dos posts a las vacunas…de la
covid-19 y sobre todo de la gripe. El 1 de junio y el 8 de junio. Con la gripe las cosas se han hecho muy bien.
Además, las propias medidas de protección frente a la covid-19 nos están
protegiendo de la gripe y otras infecciones respiratorias. Frente a la covid-19 manifesté entonces que no creía que tuviéramos una
vacuna disponible para uso masivo y demostradamente eficaz y segura antes de 18
a 24 meses. Sigo pensando lo mismo. Como exponía en mi último post del 28 de diciembre ya tenemos vacunas, pero con enormes problemas logísticos para su uso masivo (que
perdurarán meses en los países más desarrollados y quizás años en los países más
pobres) y sin una idea clara de su efectividad (los resultados fuera de ensayo
clínico) para contener la pandemia. Para responder a este último y crucial punto
necesitaremos los resultados del estudio del que en realidad actualmente
formamos parte (en cierto modo, una fase IV en términos farmacológicos) y que
tardaremos casi un año en concluir (o más). Lamentablemente la mayoría de
políticos, periodistas, divulgadores y muchos científicos están reiteradamente confundiendo sus deseos con la realidad en
relación con este punto. Consecuentemente se están generando unas
expectativas de “normalización” de nuestra vida social y económica para la
primavera-verano de 2021 que NADIE sabe si son alcanzables (yo pienso que no). Las
consecuencias de todo ello podrían ser una relajación
prematura de las medidas para evitar contagios (de momento no hay ninguna
prueba científica de que las vacunas actualmente disponibles eviten contagios)
y frustración junto a sensación de engaño si nos acercáramos al próximo verano
con la necesidad de mantener las mismas restricciones en nuestra vida social
que el pasado verano. Las opiniones de la Prof. Kanta Subbarao (del Centro Colaborador de la OMS de Referencia e Investigación
sobre la Gripe en Melbourne, Australia) recogidas recientemente en Nature son en este sentido ejemplares. En todo
lo concerniente a las vacunas debe primar la información veraz, la
transparencia y el reconocimiento de todo aquello para lo que por ahora no
tenemos respuestas. Porque además, con certeza, no todas las respuestas serán
de nuestro agrado. Con todo, confío en que la mayoría de las respuestas
definitivas sí lo sean. A lo largo de 2022. No antes. Obviamente, para alcanzar
las respuestas y objetivos que buscamos para 2022, deberemos de empezar a vacunarnos
ahora. Y en algún momento, quizás, esperar a contar con vacunas aún mejores. Cualquier
otra opción, en este caso, ya sabemos que no es una buena opción.
3. ¿Cuántas personas se han infectado y han muerto en nuestro medio por
el coronavirus SARS-Cov-2? Es una de las cuestiones que han generado más
datos e informaciones incorrectas y absurdas, lo que contribuye a que la población no acabe de tener clara la magnitud del
reto al que nos enfrentamos y la magnitud de los errores cometidos. De una
parte están los datos de los casos confirmados con pruebas diagnósticas
específicas, que sitúan los infectados en España en torno a 2 millones de
personas hasta la actualidad. De otra parte están los datos de los estudios serológicos, que sitúan el porcentaje de
infectados en España hasta ahora en torno a un 10-15% de la población, es
decir, algo más de 5 millones. En relación con la mortalidad, los muertos
confirmados por covid-19 están actualmente en torno a 52.000 en España. Pero los datos epidemiológicos y demográficos sugieren
en torno a 60.000 a 70.000 muertos, aunque un número relevante de los
mismos sobre todo durante la primera ola no se confirmaran molecularmente (por
carencia de medios) y no se contabilizaran. La pregunta es obvia: ¿por qué engañarnos al respecto?
Probablemente para muchos de ustedes la respuesta también sea obvia. La clave para orientar adecuadamente la
situación ha estado siempre en mi opinión en la mortalidad de la covid-19, que yo
estimo que se sitúa en torno al 1% (evalúen cifras actuales diarias de
contagios y muertes en países donde esto se contabiliza bien, y verán que por
ahí van los tiros; algunos porcentajes superiores probablemente se deban a
infradiagnóstico de casos asintomáticos o muy leves). Considerando el número de
muertos “real” que teníamos a finales de abril en mi primer post sobre covid-19
(29 de abril) indiqué que pensaba que el virus habría afectado
al 5-10% de la población española en ese momento. Exactamente lo que mostró el
estudio nacional de seroprevalencia que se hizo público varias semanas después,
haciendo por tanto muy verosímil también entre nosotros esa mortalidad global
del 1% que yo asumo. Si consideramos
ahora como cifra verosímil los 65.000 muertos en España por la covid-19
(confirmados o no en las estadísticas oficiales), asuman en torno a 6,5
millones de infectados ya, es decir, en torno al 15% de nuestra población
(los resultados más recientes de seroprevalencia han ofrecido resultados entre
el 5% y el 20%, dependiendo de la zona geográfica, luego un 15% global estaría en mi opinión muy próximo a
la realidad). Esto son 3 veces más
contagiados de los que absurdamente nos indican las estadísticas oficiales
(basadas sólo en confirmación diagnóstica molecular del caso, las famosas PCR y
ahora también los test de antígeno) y aun así estamos aún muy lejos de la
teórica “inmunidad de rebaño”. Lamentablemente, cuando nos ceñimos a las cifras de contagios “confirmados” por PCR o
por test de antígeno estamos minusvalorando reiteradamente la magnitud del
problema. El camino más seguro para que una parte significativa de la población
cuestione y relaje las medidas de protección frente a los contagios. Lo que
sistemáticamente se sigue de un aumento de casos graves y muertos.
4. ¿Cuándo entramos en la segunda ola? ¿Y estamos ya en la tercera?
Es patético recordar que nuestro “experto oficial” en esta pandemia dudara a
mediados de agosto (e incluso algo después) sobre si estábamos entrando en la
segunda ola o aún no, y por ejemplo, un experto en melanoma como yo, que nada
tiene que ver con el virus SARS-Cov-2, iniciara mi post publicado el 10 de julio indicando que “la epidemia en España estaba
evolucionando mal” y diera por hecho que ya estábamos en una segunda ola en el
post que publiqué el 17 de agosto. ¿Quién
estaba en lo cierto? ¿Y quién tenía la responsabilidad de estarlo para
facilitar la toma de las decisiones más correctas en el momento más oportuno?
Por cierto, muchísimos expertos también dieron por hecho en primavera que
durante el verano no podría haber rebrotes importantes porque este virus se
comportaría como un virus estacional y las condiciones ambientales estivales
minimizarían mucho la posibilidad de contagio. Situaban la “probable segunda
ola” donde ya se sitúa la tercera. Brillante. Desde el primer momento nos hemos visto abrumados por la gravedad de
esta pandemia y desde el primer momento mucha gente, experta y no experta, ha
optado por confundir sistemáticamente sus deseos con la realidad. Pero
“nadie engaña a la naturaleza”, en palabras de Richard Feynman, y las UCIs al
final se saturan y la mortandad se dispara si no hacemos las cosas bien, nos
guste o no. Y por diversas razones que a mí me parecen obvias y en las que no
me voy a detener ahora, esta tercera ola
(sin clara discontinuidad con la segunda) tiene muchas más posibilidades a
corto plazo de saturar las UCIs que la segunda ola (y esto implica muchos
muertos, y no sólo por la covid-19) aunque dure mucho menos (en mi opinión,
va a hacer mucho daño concentrado en poco tiempo, más en la línea de la primera
ola, en aquella por desconocimiento, en esta por manifiesta irresponsabilidad y
descuido navideño). Un inciso: ¿por qué se dedican sistemáticamente a advertirnos
de la “dureza” de las próximas semanas quienes deberían dedicarse a tomar
decisiones que nos evitaran llegar a esa “dureza”? ¿Gestionar la desgracia es
limitarse primero a narrarla más que a prevenirla y después a edulcorarla? ¿O
es eso lo que aconsejan los del marketing?
5. ¿Es pertinente ahora un confinamiento domiciliario estricto pero
breve (2-3 semanas) para rebajar drásticamente la cifra de nuevos contagios?
Llevo reclamando un confinamiento así desde el mes de octubre. Entiendo que es una decisión muy difícil de tomar. También reconocí
posteriormente, en noviembre, que las cosas podían mejorar sin
recurrir a ese tipo de confinamiento cuando la población cumple
mayoritariamente y de forma estricta con las recomendaciones habituales
(mascarilla-limpieza-distancia-ventilación) y se establecen restricciones
selectivas de la movilidad orientadas por la evolución de la pandemia en
núcleos de población concretos, como se hizo en la Comunidad de Madrid con las
Zonas Básicas de Salud. Sin embargo se
pecó claramente de optimismo en noviembre pensando que con esas medidas
alcanzaríamos cifras muy bajas de incidencia acumulada de contagios en las
peligrosas fechas de diciembre, empezando por el puente de la Constitución
y la Inmaculada y culminando en las fiestas navideñas. Para que este periodo de casi inevitable relajación social (y a veces
de manifiesta irresponsabilidad) no disparara una tercera ola (o un incremento
abrupto de la segunda) habría que haber entrado en él con un número muy bajo de
contagios y con muy poco virus circulando (aparte, por supuesto, de entrar con
mucho más cuidado y mucha mayor responsabilidad). Algo que la realidad ha
demostrado que era imposible de conseguir en tan poco tiempo sin un
confinamiento breve pero muy estricto previo, que debería haberse producido
a mediados o finales de noviembre, como muy tarde. Entre los expertos que en su
momento lo pidieron, y que aún lo piden, puedo citar al Dr. César Carballo (Servicio de Urgencias, Hospital Ramón y Cajal,
Madrid) y al Prof. Luis Enjuanes
(Centro Nacional de Biotecnología, Madrid), nuestro mayor experto en
coronavirus. Yo estaba y estoy en esa línea. La Prof. Margarita del Val (Centro de Biología Molecular, Madrid),
otra reconocidísima experta, también parece estarlo en este momento. Sin olvidar
tres cosas: 1) en un situación
mantenida de aumento peligroso de contagios, una decisión precoz y proactiva puede ser eficaz aun siendo breve, lo
que reduciría su impacto socioeconómico negativo, mientras que una decisión
tardía para ser eficaz deberá ser además prolongada, con un impacto
socioeconómico negativo mucho mayor; 2)
el confinamiento tardío implica que
mucha gente se confina recientemente contagiada (aunque no lo sepa y muchos
sean asintomáticos) y el confinamiento no limita los contagios intrafamiliares
o entre convivientes, lo que explica por qué a veces se tardan tantas semanas
en apreciar el efecto beneficioso de los confinamientos “tardíos” sobre la
reducción de casos; y 3) ahora
aplicamos (al menos en teoría) medidas de protección que no pudimos ni supimos aplicar
en marzo pasado, lo que puede permitir controlar parcialmente la transmisión
del virus de forma que aún con unas cifras altas de hospitalizados y muertos,
las UCIs no colapsen del todo. Si la
decisión depende de las cifras diarias de muertos, me cuesta entender que no
estemos ya confinados de nuevo. Si la decisión depende de que no colapsen
completamente las UCIs, puede haber “un pequeño margen” aun para evitar el
confinamiento estricto. A finales de enero o primeros de febrero tendremos
la respuesta (y las consecuencias sobre la movilidad y sobre la asistencia
médica en grandes urbes como Madrid de la histórica nevada de estos días y las
bajas temperaturas posteriores creo que juega en nuestra contra; ya veremos).
Al final nos movemos en un dificilísimo equilibrio entre tres
parámetros: número de muertos
diarios por covid-19 que estamos dispuestos a asumir, sobrecarga asistencial-colapso hospitalario que podemos tolerar y costes socioeconómicos que con la mejor
de nuestras voluntades intentamos evitar. El miedo a este último punto y el
potencial coste electoral y de conflictividad social de determinadas decisiones
hace que en nuestro medio la mayoría de las autoridades políticas estén optando
sistemáticamente por un enfoque
reactivo, no proactivo, frente a la expansión de la covid-19. En número de
muertes evitables que finalmente no se evitan, esta opción resulta nefasta.
Muchos pensamos que ni siquiera desde un punto de vista socioeconómico ésta es
una buena opción. Pero podemos estar equivocados. Y los daños socioeconómicos también generan al final mucho sufrimiento,
incluso enfermos y muertos, y también es loable intentar evitarlos. Quien
defina algún día la respuesta correcta desde un punto de vista socioeconómico ante
desafíos como éste merecerá sin duda el Premio Nobel de Economía. Pero para
esta ocasión habrá llegado tarde.
Acabé uno de mis posts previos sobre la covid-19 con una frase de James D. Watson, Premio Nobel de Medicina en 1962, que voy a repetir aquí: “Toma decisiones necesarias antes de que te veas obligado a hacerlo”. La tengo muy presente cuando exploro y vigilo con dermatoscopia digital a mis pacientes de alto riesgo de melanoma. La he tenido siempre muy presente al emitir opiniones en mis post sobre la covid-19.
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