PREVENCIÓN EN MELANOMA: ¿PARTE DE LA SOLUCIÓN O PARTE DEL PROBLEMA?
“Más vale prevenir que curar”. Generalmente todos estamos de acuerdo con esta frase. Y más si hablamos de patologías potencialmente muy graves, como el melanoma metastásico, con una mortalidad actual cuando hay metástasis viscerales en torno al 75%. Algo parecido podríamos decir de la formas graves de la covid-19. Pero la realidad a menudo es más compleja de lo que a simple vista parece. Y hay quien piensa que no siempre la prevención es necesariamente la mejor opción. Aunque yo aún me encuentro entre los que piensan que sí lo es.
Empecemos con el melanoma. Al fin y al cabo este es un blog sobre el
melanoma, aunque últimamente no lo parezca. La teoría es sencilla: algunos
lunares se transforman en melanoma o pueden confundirse con él, y dado que un
melanoma te puede matar, mejor extirpar y analizar pronto cualquier lunar
sospechoso o dudoso. De vez en cuando, haciendo esto, salvamos vidas.
Pero pronto surgen los problemas.
La inmensa mayoría de los lunares nunca malignizan. Incluyendo a los lunares
atípicos. Así que su extirpación preventiva es, además de innecesaria,
extremadamente ineficiente. Además algunos lunares atípicos son incluso “más
atípicos” que muchos melanomas incipientes. Lo que nos puede llevar con
facilidad a una selección errónea de lo
que es verdaderamente importante extirpar. Pero aún se nos pueden complicar
más las cosas: la distinción entre un lunar
muy atípico y un melanoma incipiente es poco reproducible incluso entre
patólogos expertos (los médicos que analizan las biopsias). Es decir, te
extirpan un lunar sospechoso, se analiza y te dan un resultado de benignidad o
malignidad con bastantes probabilidades de ser poco reproducible en
determinados casos “dudosos” que son los que suelen surgir favorecidos por las
campañas preventivas. Analizado por otro patólogo el resultado simplemente
sería distinto. Ya abordé este delicado asunto en otro post hace ahora un año. Aunque convivir con este
hecho cierto es algo absolutamente natural para un experto en melanoma,
entiendo que ponga los pelos de punta a cualquier lector o paciente. Precisamente
por ello es muy importante que cualquier persona de riesgo de melanoma elija
bien a su “experto en melanoma”. Manejar
correctamente la incertidumbre médica es parte del arte de la medicina.
En la práctica, cuando extirpamos muchos lunares dudosos
inevitablemente generamos muchos diagnósticos dudosos. El patólogo nunca
quiere equivocarse, pero sobre todo teme diagnosticar como benigno algo que
finalmente produzca metástasis y pueda matar al paciente. De forma que puede
existir un sesgo que favorezca diagnosticar como malignas a buena parte de las
lesiones más dudosas. Si un tumor catalogado de “maligno” finalmente no te
mata, todos “tan contentos” (aunque en realidad no siempre hay motivos para la
felicidad, ya que el tratamiento de un tumor supuestamente maligno no siempre
carece de incomodidades, costes importantes y secuelas). Pero si un tumor
catalogado de “benigno” te mata, el médico responsable del diagnóstico erróneo
deberá buscarse un buen abogado (aunque a menudo el error no sea consecuencia
de mala praxis sino simplemente de las limitaciones de la medicina, que está
lejos de ser una ciencia exacta).
Y aún se nos puede enredar un
poco más este asunto. Algunos estudios
epidemiológicos muestran, de forma en mi opinión incontestable, que una
proporción significativa de los melanomas que extirpamos (quizás en torno a un
tercio de los mismos) son biológicamente indolentes, no estando destinados
a progresar, producir metástasis y matar al paciente. Si no los hubiéramos
extirpado al paciente le habría dado más o menos igual y fallecería por
cualquier otra cosa o, simplemente, de viejo (que es la forma ideal de morir si
además uno tiene la suerte de alcanzar la vejez con lucidez, con buena calidad
de vida y con buen ánimo). Es el fenómeno denominado “sobrediagnóstico del cáncer”. Y es un fenómeno aparentemente muy
ligado a los esfuerzos por diagnosticar cada vez con mayor precocidad cualquier
tipo de cáncer, lo que nos lleva a generar en algunos tumores una “epidemia” de
casos histológicamente malignos (el diagnóstico de cáncer es correcto) pero
biológicamente benignos (ese tumor no tenía capacidad de progresión y en
realidad su extirpación no ha beneficiado al paciente, aunque su tratamiento
pueda generar efectos secundarios, incómodas secuelas no sólo físicas, también
psicológicas, y elevados costes económicos para el paciente y/o el sistema
sanitario). Como espero que puedan entender, ese carácter biológicamente
benigno de algunos tumores malignos se deduce de los estudios epidemiológicos,
pero se ignora ante cada caso concreto cuando, en base a nuestras sospechas
diagnósticas, decidimos extirparlo. Epidemiológicamente es un fenómeno real,
pero individualmente es puramente especulativo.
¿Significa todo esto que deberíamos dar marcha atrás, al menos en
parte, en nuestros esfuerzos por diagnosticar muy precozmente tumores
potencialmente muy agresivos como el melanoma? Yo pienso que no. Pero hay quienes piensan que sí. Y lo
publican en uno de los números del pasado mes de enero en la revista médica
mundial probablemente más prestigiosa, el New England Journal of Medicine. Incluso si uno no comparte sus tesis, hay que considerarlas con respeto y
sentido crítico. En realidad estas ideas no son nuevas. Y confieso que los
autores que las defienden en estos foros tan cualificados me han parecido
siempre particularmente inteligentes a la vez que atrevidos en sus
planteamientos. Nadar contra corriente y convencer al editor de la mejor
revista médica mundial para que publique semejantes opiniones sólo está al
alcance de mentes privilegiadas, incluso cuando puedan estar en parte
equivocadas.
Uno de los argumentos de quienes
defienden que la actual “epidemia” de melanoma es esencialmente consecuencia de
sobrediagnóstico favorecido por las campañas de diagnóstico precoz es señalar
que como consecuencia de los esfuerzos dirigidos a favorecer ese diagnóstico
tan precoz se incrementa enormemente el
número de lunares extirpados así como el número de lunares dudosos finalmente
diagnosticados como melanoma sin que paradójicamente logremos reducir la
mortalidad por melanoma. Es decir, sugieren que focalizamos nuestra
atención en melanomas biológicamente indolentes y no destinados a matar a casi
ningún paciente y seguimos llegando tarde en los melanomas más agresivos y
mortales (y añado yo: con frecuencia porque es el propio paciente el que nos consulta
tarde, ajeno a cualquier programa de diagnóstico precoz de melanoma). Los datos
derivados de mi experiencia clínica personal previa en el Hospital Universitario La Paz, recogidos en la Tesis Doctoral elaborada hace algunos años por la Dra. Marta
Feito, van en contra de esa argumentación.
En su Tesis Doctoral la Dra.
Feito analizó los melanomas diagnosticados en dicho hospital durante 25 años
(1990-2014). Durante buena parte de ese periodo yo era el responsable de la Consulta de Lesiones Pigmentadas en el
Hospital La Paz, y desde esa consulta se hizo un gran esfuerzo por implementar
estrategias para favorecer el diagnóstico precoz de melanoma, la más relevante de las cuales fue la introducción de la dermatoscopia digital para el seguimiento de los
pacientes de mayor riesgo. Comparando lo observado en el primer quinquenio analizado
(1990-94) y en el último (2010-14), el número de melanomas se multiplicó por 5,
pasando de 124 a 608. Algo realmente muy llamativo. Si las ideas defendidas por
Welch y colaboradores en su reciente publicación en el New England Journal of Medicine fueran
correctas, buena parte de ese incremento de melanomas se debería a lesiones
pequeñas y finas diagnosticadas en la Consulta de Lesiones Pigmentadas en
pacientes vigilados con dermatoscopia digital, y podrían interpretarse como
fruto de “sobrediagnóstico”. Sin embargo
en nuestro caso no vimos eso. El incremento en el número de melanomas
estaba más en relación con los casos diagnosticados por médicos de atención
primaria y dermatólogos generales, que con frecuencia no eran ni particularmente
pequeños ni particularmente finos, es decir, eran melanomas nada dudosos y potencialmente agresivos. Con una
mortalidad en nuestro caso en torno a un 20%. Los casos surgidos entre los pacientes de mayor riesgo vigilados con dermatoscopia digital eran minoritarios.
Obviamente sí eran mayoritariamente finos y pequeños y mostraron una
supervivencia sin metástasis muy próxima al 100% (cuestión evaluada en otro
estudio). Es decir, en nuestro caso, el
esfuerzo dedicado a diagnosticar muy
precozmente el melanoma con nueva tecnología no parecía estar contribuyendo a generar
una “falsa epidemia” de melanoma y sí parecía estar contribuyendo a reducir su
mortalidad, al menos entre los pacientes de mayor riesgo vigilados en
nuestra consulta.
Buena parte de la explicación a estos hechos reside en el criterio para
vigilar o extirpar lunares. Si el criterio es esencialmente morfológico (lo habitual cuando uno
simplemente se limita a “mirar” los lunares del paciente) es fácil caer en el
“sobrediagnóstico”. Con todos los inconvenientes que esto puede tener para los
propios pacientes y para el sistema sanitario. Como acertadamente señalan Welch y colaboradores en su trabajo al respecto. Pero si el criterio de selección de los lunares a
extirpar es dinámico, dando más
valor a los cambios con ganancia de atipia en dermatoscopia digital, podemos
reducir mucho la necesidad de extirpar lunares atípicos (la mayoría son
estables o no ganan atipia) y focalizar nuestra atención en los que
biológicamente pueden ser realmente más agresivos (no aquellos lunares que se parecen a un melanoma, sino aquellos
lunares que se comportan como un melanoma y que, de hecho, a menudo lo son). El
matiz es importante. En relación con la “epidemia de melanoma” los
esfuerzos por favorecer su diagnóstico precoz pueden ser parte del problema o parte de la solución según sean nuestros criterios
para extirpar lunares, y son los datos objetivos derivados de nuestra
actividad asistencial los que nos acabarán situando en uno u otro punto. No
toda actividad con intención preventiva es, sin más, necesariamente beneficiosa
para nuestros pacientes. Y debemos reconocer que con los datos epidemiológicos
disponibles, a menudo, no lo es.
¿Y qué pasa con la covid-19? ¿Ocurre como con el melanoma, que la
prevención es a veces parte de la solución y a veces parte del problema?
Las tres oleadas sucesivas de la covid-19 en España revelan un dato objetivo e
incontestable. Solo estuvimos por debajo de una incidencia acumulada (referida
a 2 semanas) de 10 casos por 100.000 habitantes en parte del mes de junio, tras
salir de un confinamiento estricto y prolongado, y por ello con muchísimos
efectos colaterales indeseables, particularmente sobre la esfera social y
económica. Buena parte de la clase política que gestiona aquí la pandemia ha
renunciado por ello a establecer de nuevo medidas drásticas parecidas y además
buena parte de nuestra sociedad no las aceptaría ya fácilmente. Pero los
resultados observados a lo largo de la segunda ola y especialmente a lo largo
de una tercera ola montada sobre la segunda (que nunca fue suficientemente
doblegada) son simplemente pésimos y objetivamente dramáticos. En número de
contagios, en sobrecarga asistencial para nuestros sanitarios, en saturación de
las UCIs y en número de muertos. Y no deberíamos olvidar al número creciente de
pacientes con secuelas graves de la covid-19, algo que de momento se mantiene
en un segundo plano de la atención mediática pero que acabará teniendo también una
enorme repercusión social y económica. Mi
impresión personal es que frente a la covid-19 las medidas drásticas son
inevitablemente parte de la solución y parte del problema. Mientras que la
inacción o las medidas tibias e insuficientes acaban siendo exclusivamente
parte del problema. No de la solución. Y entonces (¡por fin!) llegan las
vacunas. ¿Solución, problema o un poco de cada? Como frente al melanoma, las
respuestas tan rápidas como aparentemente obvias a esta cuestión pueden ser en
parte incorrectas. Sigo en mi próximo post.
Comentarios
Publicar un comentario
Estimados usuarios,
Este blog ofrece a los pacientes un sitio fiable dónde puedan encontrar información sobre los temas que les interesan o preocupan.
Los médicos de nuestra clínica no siempre pueden responder los mensajes de forma inmediata.
Los comentarios que contengan cualquier mención a una página web, un nombre comercial o marca no serán publicados.
A través del blog no es posible dar tarifas de precios, dar citas ni hacer diagnósticos. Para que nuestros médicos puedan realizar un diagnóstico necesitan ver al paciente y su caso concreto en persona. Para estas cuestiones les recomendamos que llamen a nuestro servicio de atención al cliente al 91 444 97 97.
Muchas gracias!